El viaje había sido largo, más de doce horas en avión llegaban a su fin. Se habían reconocido antes de sentarse en el asiento 21A y 21B: en el counter para dejar el equipaje, mientras buscaban el pasaporte en policía internacional — ella en su cartera, él en el bolsillo de su chaqueta — , a través de las fragancias espesas y dulzonas del Duty Free, entre el tumulto de la caminadora mecánica, a la distancia en la sala de abordaje número 16B. Apenas unas miradas tímidas y breves, sin sonrisas, bajando la mirada cuando se cruzaban.
Casi de inmediato se saludaron, cuando él se ofreció a ayudarla a subir su bolso de mano al compartimiento superior. Desde ese instante sin prisas, pero también sin pausas ni censuras, conversaron de sus vidas, del pasado, del presente y de sus ilusiones/miedos/creencias del futuro. Dos desconocidos habían redefinido todas las leyes de la física moderna, demostrando que bastaba menos de medio día para vivir una vida entera, o mejor dicho dos vidas completas.
— ¿Y ahora que aterrizamos…? —dijo ella cuando se encendió la luz de desabrocharse los cinturones.
—¿Ahora qué? —respondió con torpeza él—. ¿Ya no hay nada más de qué hablar? —pregunta retórica que era una certeza.
—Voy a recordar todo lo que hablamos, ¿en ti quedará algo de nuestras íntimas palabras? —todo en ella expresaba el anhelo.
—A mí… a mí me gustaría olvidar —contestó mientras se paraba y suspiraba pesadamente—. Olvidar con la esperanza de repetir el momento —fue lo último que dijo antes de alejarse.
Dos vidas tan distintas, con tan poco en común y con tanto que pudo ser. Solo medio día forzado en la cabina de un avión los pudo reunir. Nada más que palabras sostuvieron fugazmente a dos almas en el mismo plano del universo, resonando en una frágil sintonía …sin tocarse, fue demasiado poco para una eternidad.