Cuentos de quien no sabe lo que hace

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Receta Plateada al Horno (Tapa de Asado al Horno)

-Flavio, dejé una plateada para que la hagamos al horno. ¿Me puedes ayudar con eso? -Ella me lo dice así, como pregunta, pero la verdad es que sé que espera que yo cocine este sábado.

-Es difícil hacer la plateada, hay un riesgo grande de que quede dura y seca –le contesto con preocupación. Si bien es cierto es uno de mis platos predilectos cuando voy a algún restaurant, pocas veces he quedado conforme con lo que recibo.

-Bueno, entonces la voy a hacer solita… -me dice con voz tierna, sabe que no me resistiré. Me da rabia que me domine tan fácilmente, pero cedo.

-No deja, yo la hago, pero déjame investigar en internet primero –creo que se me nota la voz de fastidio, pero ella sonríe triunfante, lo hizo otra vez.

Sí, es verdad, hice una plateada al horno, el resultado fue asombroso: Una carne jugosa y blanda que casi se podía cortar con el tenedor, acompañada de verduras glaseadas y horneadas en su jugo. Los sabores se mezclaban en el paladar haciendo una combinación deliciosa.

Cocino esporádicamente, principalmente asados a la parrilla que comparto con mi familia y amigos, por lo tanto, no soy un experto. Me gusta investigar antes de poner manos a la obra, pero no sigo las recetas al pie de la letra, pues hay miles de ellas en internet y no hay como saber cuál es la mejor. Así que la receta es una combinación de lo que leí, pregunté y agregué.

En esto de las recetas de la plateada al horno nadie coincide, salvo por la carne: la plateada (en Chile), tapa de asado (en Argentina) o tapa de lomo de asado (en España).

Con respecto al tiempo de cocción las recetas varían desde 1 hora hasta 4 horas, pero en los restaurantes buenos, la carta señala que la carne ha estado más de 6 horas en el horno, así que decidí que 6 horas era fundamental.

Algunas recetas agregan vino a la carne, generalmente se habla de vino blanco, pero siempre he pensado que el vino blanco no va bien con las carnes rojas y supuse que con 6 horas de cocción el vino tinto aportaría fuerza al sabor de la carne. Es una suposición, pero a veces aceptar algunas creencias como verdades evita que te detengas.

Las verduras, principalmente las cebollas se recomiendan que se pongan crudas a corte pluma como una cama en una fuente y sobre ellas la carne. También leí que se podían saltear, esa idea me gustó, así que la incorporé.

Busqué los ingredientes que tenía a mano:

-3 Kg de Plateada, Tapa de Asado o Tapa de Lomo de Asado, según el país.

-3 Cebollas grandes

-2 Tomates

-1 Pimiento Rojo

-1 Pimiento Verde

-1 Ají verde

-1 Cucharadita de Merkén (ají en polvo rojo)

-2 Dientes de ajo

-2 Zanahorias

-1/2 botella de vino tinto

-1/2 botella de ketchup

-2 cucharadas de aceto balsámico

-2 tomates

-Pimienta

-Comino

-Sal

 

Encendí el horno a 140 grados Celsius, después me puse a poner todos los ingredientes sobre el mesón de la cocina y luego empecé a sacar la carne que venía sellada al vacío, al pinchar la bolsa me di cuenta de que la sangre iba a ensuciar el mesón, así que la tome y me di vuelta para terminar de sacarla sobre el lavabo. Estoy usando unos anteojos para la miopía, tengo 1.5, no es gran cosa, pero suficiente para sentir que los debo usar cada vez que necesito precisión en algo. El problema es que no me acostumbro a ellos y como mi visión a distancia es muy buena, me los saco cada vez que puedo y esta vez me los dejé puestos en la punta de la nariz, para poder ver sobre ellos cuando quisiera enfocar algo de lejos y así no tener que tomarlos con las manos sucias. Entonces al tomar la carne y moverla de un mesón a otro vi la botella de aceto balsámico a dos distancias distintas, no es broma y la pasé a llevar.

Vi como el recipiente volaba por los aires, tuve tiempo para pensar en soltar la carne y hacer el intento de cogerla, pero desistí, pues imagine como caía la carne la suelo y la botella de vidrio se rompía en mil pedazos junto a ella convirtiendo esa noble plateada en una trampa mortal… ¿muy dramático?.

La botella cayó de costado, la mitad superior quedó intacta y la mitad inferior se reventó lanzando esquirlas a dos metros a la redonda. Inmediatamente un líquido oscuro y viscoso comenzó a desparramarse lentamente amenazando por filtrase por debajo de los muebles, el olor a vinagre era insoportable. Dejé la carne a un lado y corrí a buscar un rollo de toalla de papel, mientras maldecía la ocurrencia de usar aceto balsámico, la verdad es que no me gusta su olor ni sabor.

-Todo por dos cucharadas de aceto –murmuraba mientras secaba el piso para evitar que el vinagre se impregnara en la madera de los muebles y al vez tenía cuidado de no cortarme los dedos con los vidrios.

-Hey ¿se rompió algo? –me gritó ella desde lejos.

-No vengas, yo lo arreglo –casi le ladré. Aunque no tenía la culpa, en ese momento la odiaba, la idea de la carne al horno había sido suya y a ella es a la que le gusta el aceto balsámico.

No hubo respuesta, tampoco se acercó a ver. Ella, como todas las bonitas, nunca insiste.

Cuando terminé de detener el tsunami, cogí todos los vidrios con cuidado y los fui metiendo dentro de una botella plástica de 3 litros de gaseosa vacía a la que previamente le hice un corte, así evito que alguien al tomar la basura se corte accidentalmente. Finalmente fregué el piso con un detergente con olor a lavanda, en total 15 minutos de retraso.

Volvamos al procedimiento.

No quité la grasa de la carne, era muy abundante tal como debe ser un buen trozo de plateada. La grasa es la que aporta sabor durante la cocción y ayuda a evitar que la carne se reseque.

Puse dos cebollas a corte pluma sobre una fuente grande y profunda, haciendo una cama con ellas.

Medí la carne y decidí en cortarla en tres trozos grandes para poder acomodarla bien en la fuente. Cada uno de esos trozos fue sellado en una sartén grande con aceite a fuego fuerte, del aceite amarillo normal, creo que freír con aceite de oliva es cursi, porque nunca he comrpbado que el resultado sea mejor. Luego puse los trozos de carne en la fuente por sobre las cebollas, espolvoreando merken sobre ellos.

En la misma sartén freí dos tomates trozados y pelados sin pepas -es importante que no tengan pepas para evitar el amargor-, una cebolla a corte pluma, un pimiento verde y uno rojo cortados en trozos, dos zanahorias grandes en rodajas finas, un ají verde cortado en rebanadas, dos dientes de ajos, condimentando con pimienta, comino y sal. Tuve cuidado de no quemar las verduras.

Una vez freídas las verduras, agregué media botella de ketchup, había visto una receta donde se incluía dos cucharadas de ketchup, pero hace tiempo aprendí que el ketchup nunca es poco, entonces me entusiasmé. Después vertí media botella de vino carmenere, Casa Silva, Reserva 2015. Sé que me van a decir que es un crimen lo que hice, pero no tenía otro a mano. Y por último, me sirve para agregarle distinción a la receta.

También adicioné las dos cucharadas de aceto balsámico, es que no agregarlas habría sido como partir derrotado.

Toda esa mezcla la vertí sobre la carne cuidando de cubrirla bien con las verduras para que no quedara expuesta directamente al calor del horno. Rellené con una taza de agua para que la carne quedara casi sumergida. Y quedó tal como en la foto.

La puse en el horno y las restantes horas fueron una vigilia. Fijé la alarma en 180 minutos y después fui agregando 60 minutos cada vez hasta completar las 6 horas. A través del cristal vigilaba que el jugo no se evaporara, lo que nunca sucedió, supongo que la misma grasa de la carne y los tomates hicieron su aporte. Además el factor suerte creo que contribuyó, pues nunca le puse sal a la carne, solo a las verduras, entonces supongo que al sellar la carne sin sal pude conservar los jugos interiores de esta.

Al cabo de cuatro horas decidí revolver las verduras con un cucharon, tomando las que estaban al fondo y poniéndolas en la parte superior al mismo tiempo que daba vuelta los trozos de carne. Esto le quitó glamour a la presentación, pero creí que era importante asegurar una cocción pareja.

A las 5 horas yo estaba muy preocupado. Me di cuenta de que había invertido gran parte del día dentro de la cocina y ya había mucha expectación, gran responsable de eso era yo, porque siempre exagero mucho todo lo que hago. Si el asado quedaba duro, desabrido o incluso como cualquier pedazo de carne que se puede hacer en un sartén, yo me convertiría en el foco de las burlas por meses.

Al cumplir las 6 horas con mucho cuidado corté un pequeño pedazo para probar, con emoción me di cuenta que casi no tenía que presionar el cuchillo para cortarla. No podía creer que esa maravilla la había hecho yo. Es cierto que me dediqué con esmero, pero sé que eso no es suficiente para casi nada, esta vez todos los astros habían confluido.

Del Amor, La Edad Y Las Mentiras

Tuve una conversación curiosa e interesante por WhatsApp. Mi hermana vive al otro lado del mundo, en Londres, entonces por esa vía nos mantenemos en contacto frecuente.

Hablábamos o más bien dicho nos escribíamos acerca de libros, es que hace un tiempo me había enviado por correo el libro The Psychopath Test, de Jon Ronson. -Te va a gustar -me dijo-. Todavía me pregunto si  me lo regaló porque hay algo que no me quiere decir directamente. Ella es psicóloga de las buenas, entonces mis temores tienen fundamento. No lo terminé de leer, es que mientras más avanzaba, más miedo me daba el descubrirme o identificarme a mi mismo y no lo soporté.

Esta vez me recomendaba una novela romántica,  The Time Travelers Wife. Aunque reniego de ser un romántico, creo que de cierto modo proyecto esa imagen, sino no me la habría mencionado y eso me hizo sentir incómodo, así que cambié de tema repentinamente.

-A propósito de relaciones, ¿cómo está tu amiga? Me contaste que su novio se fue de la casa intempestivamente -le pregunté. De verdad tenia curiosidad de esa sabrosa historia que me había relatado. Ella tiene una amiga que le planteó a su novio, con quien convivía hace años tener hijos y él en un ataque de pánico se había fugado de la casa.

-¿Ya te aburrí? -me preguntó.

“Que difícil es cambiarle el tema a una mujer, y a la vez que fácil y frecuentemente lo hacen  ellas -pensé.

-No, no es eso, es que a propósito de novelas románticas, me acordé de lo que me contaste hace un tiempo: Del novio ese que no pudo con el “compromise”….

Acá tengo que hacer un paréntesis, me hermana está comprometida, a pesar de hacer una muy buena pareja con su novio, recién después de 9 años de relación decidieron casarse. Como su noviazgo ha sido tan largo a modo de broma usamos la palabra en inglés “compromise” cuya traducción al español no significa lo mismo que compromiso. “Compromise” se aplica más bien a ceder o poner en riesgo algo para logar un acuerdo. Entonces una vez le pregunté si acaso esa tardanza en casarse se había debido al “compromise”…, así su Engagement Ring o Anillo de Compromiso, pasó a llamarse el “Anillo de Compromise “.

-Se fue definitivamente de la casa, dejó la mitad de sus cosas y se demoró tres meses en llevárselas definitivamente.-me contestó finalmente.-Vamos, que se quería ir sin irse (sic)…

-¿Y ahora, cómo sigue eso? -me interesé en entender un poco más.

-Aún quiere hablar con mi amiga y estar con ella pero sin “compromise”. Como excusa dice que tiene problemas y que va a terapia, pero yo no le creo.

-Entonces es un vampiro o un maestro -le dije tratando de obtener una definición que caracterizara al personaje.

-Maestro no es, un parásito le digo yo, pero me gustó más tu definición, es un vampiro. No quiere tener familia con ella, pero al estar siempre en contacto de cierta forma tampoco la deja tener familia con otro -reflexionó. -Es triste la historia -agregó.

-Entonces sigue triste -aseveré,  pero era una pregunta.

-Sí, eso de hacerse mayor afecta mucho a las mujeres… yo lo llevo bien, porque no aparento mi edad, hahahaha –me dijo, escribiendo su risa en inglés, así ríe ella.

Si su respuesta hubiera sido solamente un “sí” o un “no”, habría sido suficiente para mí, pero ahora estaba absolutamente desconcertado. Y así fue como empezó un diálogo entre sordos.

-¿Quién te dijo eso?-le pregunté, olvidando que es psicóloga.

-Yo me lo dije a mi misma!!! –me contestó, sin entender que yo no estaba bromeando acerca de su edad, además es verdad que se ve mucho más joven de lo que es.

-Mmmm… pero estamos hablando de tu amiga, yo suponía que estaba triste por terminar su relación. ¿Me puedes explicar qué mierda tiene que ver la edad en esto?

-Mmmm?  Hahaha, bueno, sí por la relación, pero ella también lo ve como que ya tener una familia sea difícil para ella, tener bebés…

-Pero el tener una familia implica primero tener una buena pareja o ¿el fin es tener bebés?  -quería saber qué creía, yo ya había asumido que había diferencias en cómo pensábamos.

-Para ella las dos cosas –con su respuesta nuevamente se desmarcaba de su amiga.

-Porque si es por tener bebés, dile que yo viajo, pero sin compromise… además me salen bonitos.

-Hahahaha, No!!!

-¿Me puedes explicar de nuevo esa relación entre la edad y terminar un noviazgo? –insistí, porque no quería que se me escapara.

-¿Es que no entendiste? –me regañó.

-No, soy hombre, no veo las cosas igual que tú –le dije, pero no sé si esa es la razón, porque por algo me mando el librito ese…

-Hahaaaa, sí…ya ya –fue su respuesta. Hizo una pausa como ganando tiempo para pensar cómo me explicaba.

-Supongo que ella terminó la relación con alguien que amaba y eso la debería tener triste, pero tu mezclas los hijos y la edad en esto –le dije para que entendiera mi pregunta. -¿Si esto pasaba diez años atrás daba lo mismo? –agregué.

-No, la relación la terminó él.

Ahora se me estaba clarificando todo, es que hace un rato me había dicho que el novio ¨parásito¨ la seguía contactando y que quería continuar la relación, pero era evidente que no estaban juntos ¿por qué?… creo que esa pregunta no la podría responder fácilmente una mujer.

Lo que su amiga no sabe, es que los hombres tenemos una herramienta que nos permite evadir conversaciones difíciles con nuestras parejas, le llamamos “la mentira piadosa”. El razonamiento es simple, mientras la mentira piadosa la deje tranquila sirve y si la hace feliz mejor. Acá van algunos ejemplos:

 

Ejemplo1:

-¿Cómo me queda este vestido? –me pregunta ella, … es el quinto que se prueba.

-Bien, ese es el mejor de todos –te miento piadosamente, porque la verdad es que no me fijé bien en los anteriores tampoco, pero me parece que el primero que te probaste es el mejor, pero si te digo que es este que tienes puesto , quizá  ya nos podamos ir. Además vi el precio sin que te dieras cuenta y es más barato.

 

Ejemplo 2:

-Sofía es una chabacana, venir con esa falda tan corta, no deja nada a la imaginación –me lo dice mirándome fijamente. Cualquier expresión de mi rostro me puede delatar.

-No sé, no me fijé, hay tanta gente… -contesto nervioso y hago una pausa para chequear si quedaste satisfecha con mi respuesta. Porque claro que vi a Sofía, apenas apareció, mi vista se desvió inevitablemente a esas piernas interminables, …que pedazo de mujer.  

 

Ejemplo 3:

-He pensado en hacerme una cirugía estética, ponerme implantes –dice ella.

-Mi amor, sabes que no me gustan las tetas grandes, son poco elegantes. Eres muy linda así y puede que la operación salga mal –miento y miento. La verdad es que me calientan las mujeres con curvas, pero teníamos programado cambiar el coche el mes siguiente y la operación no la debe cubrir el seguro. Además empiezo a sospechar que esas tetas nuevas  no serán sólo para mis ojos ni mis manos.  

 

Ejemplo 4:

-No eres tú, soy yo… estoy pasando por un proceso muy difícil donde me estoy reencontrando y necesito tiempo para mí, hasta he pensado en ir al psicólogo -clásica mentira. Pero la verdad es no te puedo decir que me aburriste y estoy saliendo con otra. Es que sé que vas a sufrir, después del llanto vas a querer que te explique y no lo sé explicar, ¿cómo te digo que fue por caliente? Además dicen que la venganza de  una mujer engañada  es de lo peor y sinceramente en estos momentos lo último que necesito es tener certeza de eso

 

Podría seguir con los ejemplos, pero no quiero desviarme del tema principal. La conversación ya llegaba al punto de encuentro.

-A ver,  mi amiga tiene 38 y su novio tenía 31-me precisó. -Él no quería bebés, dice que ni ahora ni nunca. Entonces el decidió irse (pero corriendo) y ella quisiera estar con él, PERO quiere tener hijos algún día. Y ella piensa que ese día puede que no llegue por su edad.

-Aun así sigo sin entender lo de la edad –volví a la carga. De lo que sí estaba seguro era de que la declaración de no querer bebés era una “mentira piadosa”. Puedo apostar a que en un par de semanas más se enterará de que el vampiro tiene una nueva novia.

-Es que 38 no es lo mismo que 28, es una cuestión de biología –insistía en algo obvio. A veces pienso que me encuentra tonto. –Pero yo opino que para tener familia no se necesita la biología, eso lo dije siempre y ahora aún más! -agregó finalmente. Cada vez que me hablaba de su amiga, me trataba de dejar claro que ella era diferente, aunque no era necesario… sigo pensando en la razón por la que me envió el librito…

-Lo que no entiendo es que tu respuesta tuvo más relación con la edad que con el término de la relación con su ex novio –dije. Con esa frase esperaba que quedara claro mi punto. –Aunque creo poder entender la lógica –agregué.

-Pero…. mi amiga es de esas mujeres que siempre ha querido quedarse embarazada para fundar una familia. No quedarse embarazada por cualquiera.

-¿Habría preferido seguir con el novio parásito y tener hijos con él? o ¿tener un novio no parásito y no tener  hijos? –pregunté. –Si solo pudiera elegir entre esas dos opciones –agregué eso último para cerrar las opciones.

-Con el parásito y tener hijos –fue su respuesta instantánea. –Yo no, ELLA –agregó. Por supuesto que ahora si esperaba que hiciera ese comentario adicional, me estaba quedando con la impresión que mi hermana de alguna manera se sentía obligada a apoyar a su amiga, aún en contra de sus valores, quizás hasta entendía lo de las mentiras piadosas y si ese era el caso, sin darse cuenta al que ayudaba era al parásito.

-¿Es normal eso?  O es digno del Psycopath Test –le pregunté.

-Hahahaaa, ella no es psicópata, pero cada uno tiene su locura –me contestó.

¨Si claro, si por algo me mandaste el librito ese… –pensé.

-Lo sé –respondí.

-Y la curiosidad por esto… ¿Es sólo por curiosidad o es otra cosa? –me preguntó.

-Es que en tu respuesta dabas por entendido algo que no estaba explícito en tus palabras, cuando te pregunté si seguía triste –le contesté.

-¿Pero que dije?

¨Vamos a empezar de nuevo –pensé.

-Dijiste que ¨hacerse mayor era difícil para las mujeres¨, con eso empezó tu respuesta -le escribí, pero si hubiera podido se lo habría gritado.

-Ahhh, pero ese era un comentario aparte…aunque ella también está triste por su edad –me explicó.

-Entiendo eso, pero no lo explicaste antes –le reclamé.

-Lo tuyo sí que no lo entiendo ¿Cómo asumiste que yo pienso igual que tú? –me lanzó de repente. Era todo lo contrario, no sé a qué se refería, quizá era una lógica de doble negación o podía ser que me estaba diciendo que desde el inicio yo debí asumir que somos distintos, pero eso yo lo tenía claro hace rato.

-¿Una mujer te habría entendido?, seguro que sí–pregunté finalmente.

-Hahahaha, no sé, a veces no me explico muy bien.

-Vaya psicóloga que eres.

-Hahahaha, soy malísima.

-Jajaja –reí también, pero yo rio en español.

-Pero lo digo de verdad, creo que la edad afecta más a las mujeres que a los hombres –continuó.

-Es tan relativo eso –fue mi respuesta.-Cambiando el tema: ¿Cómo va la construcción de la nueva habitación que estás haciendo? –agregué.

-¿Ya te aburrí?

-No, nunca lo haces –le contesté, no era una mentira piadosa.

La Chica Sin Color

Repentinamente dio la vuelta y volvió decidida sobre sus pasos.

-¿Me estás siguiendo? –preguntó seria.

Miré a todos lados para asegurarme que se dirigía a mí. Me miraba curiosamente a los ojos mientras esperaba la respuesta. Había un dejo de ansiedad en sus palabras.

-Ehhmmm… quizás vamos en el mismo camino –sin negarlo, fue lo primero que se me ocurrió decir.

-Disculpa, no soy de las que habla con desconocidos, es que hay algo que me parece familiar en ti –lo dijo lentamente, como si hubiera ido acomodando las palabras mientras salían de su boca.

No se movía, entendí que seguía esperando una respuesta concreta. Entrelazaba sus dedos con fuerza, como esperando que la verdad se transformara en certeza.

-A mí también me pareces familiar. ¿Quién eres? –agregué la pregunta para devolver la tensión hacia ella.

-Antes creí saberlo, ¿Me ayudarías a entender?

En un solo día que transcurrió demasiado  de prisa, sin formalidades, sin rodeos ni apuros, me contó lo que creía y yo le hablé de lo que pensaba que sabía.

-¿Tienes frío? –le pregunté. Era tarde y noté que temblaba levemente.

-Sí, pero no te preocupes por mí, aún nos falta mucho… –se detuvo, creo que no sabía muy bien qué estaba buscando, o quizás no encontró las palabras para explicarme. Lo había intentado varias veces, pero soy torpe y no entendí.

Puse mi chaqueta en sus hombros, me senté a su lado y durante unos minutos en silencio imaginé que si este fuera un mundo de papel, ella sería la Chica Sin Color. Buscaríamos su historia entre novelas, libros de cuentos y poesía. Me diría que no es de magos, monstruos ni brujas; es que no sabría esconderse ni luchar contra ellos. Tampoco sería de reyes y princesas; es que no le van bien los protocolos ni las reglas.

Dicen que una buena historia se construye desde el villano, mientras más perversos y siniestros son sus objetivos el relato crece en intensidad. Aunque era sutilmente evidente, no habíamos sido educados para ver, entonces fue muy trabajoso y duro revelarlo. A nuestro villano le llamamos La Verdad.

Los personajes le temían a La Verdad, huyeron lejos, a un lugar donde ni el lenguaje permitiera nombrarla y construyeron una fortaleza solitaria con altos muros donde esconderse. Se tejió un manto urdido con el telar de los secretos, esa era el arma con el que se combatía a La Verdad.

-¿La Verdad? …¿Más que La Mentira? –me preguntó.

-El villano es contra el que luchamos, entonces el bien y el mal es relativo. En esta historia nuestro enemigo ha sido La Verdad –le contesté, aunque no estaba totalmente convencido.

-Ya veo, La Mentira se hizo para aliviar y sanar el dolor de La Verdad –me dijo con tristeza –Ay, ojalá La Mentira hubiera sido más fuerte –un sollozo se le escapaba de la garganta mientras se sentaba en el suelo.

-Puedes seguir luchando o aceptar la derrota –le dije, sin atreverme a mirarla a los ojos, es que ya sabía lo que iba a ver.

-Pero si acepto a La Verdad, ya no tendré las armas para defenderme de su dolor –las palabras apenas brotaban de su aliento.

Ya no había más respuestas ni consejos, ella siempre lo había sabido. De a poco se incorporó, tomo unos cuantos lápices y se empezó a alejar.

-¿A dónde vas? –pregunté. No quería que llegara este momento, cuando ella ya no me necesitara, pero sin darme cuenta, yo también había ayudado a este desenlace.

-Es hora de escribir mi propia historia junto a La Verdad –seguía llorando, pero esta vez había algo más que no supe identificar.

Me quedé ahí inmóvil, mis pies se tornaron pesados, tanto que ni siquiera pude alcanzarla para decirle adiós, en cambio a la distancia le grité:

-Por favor, escribe que estuve ahí! -me sentí tonto, pero no tuve más tiempo para pensar.

Cuando se aseguró de estar lo suficientemente lejos para que no pudiera distinguir su rostro , La Chica Sin Color se dio vuelta por unos segundos como si quisiera darme una señal de que me escuchó.

 

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Al día siguiente, encontré un sobre con mi nombre en el bolsillo de la chaqueta. Lo abrí con cuidado, había una carta hecha de cartulina que se doblaba a la mitad como las tarjetas de Navidad. En la portada tenía varios coloridos dibujos hechos cuidadosamente a mano y en letras grandes decía ¨Para Ti”.

Entendí sin leerla que todo lo que me escribió era desde sus sentimientos reales, la carta estaba escrita de una sola vez, no había ninguna palabra tachada o borrada. No necesitaba leerla, corrí por encima de las letras, porque casi adivinaba lo que decía.

¨Gracias por acompañarme estas horas. Me has ayudado aún sin conocerme. Esto no es una despedida, me gusta pensar que esto es el comienzo de una nueva historia. Ya no hay más que descubrir sobre el pasado, solo me queda proyectarme hacia el futuro. Y desde ahora ya no soy la misma de ¨antes¨, porque negar mi identidad sería negar a otros y que existes tú.

Al igual como tú me lo diste a entender, yo también desde hace tiempo te he tenido muy presente en mi vida y ahora me gustaría que continuemos igual construyendo una nueva historia. Una que sea nuestra y sin la influencia del pasado.

No es un adiós, porque sé que estaremos siempre en contacto, solo quiero decirte gracias una vez más por todo lo que has hecho por mí.

Con todo mi cariño,

La Chica Sin Color¨

 

 

El Regalo

La Navidad se acercaba, no había mucho tiempo para terminar los regalos, tampoco dinero para comprarlos, así que ella durante semanas había estado tejiendo, cociendo y pintando. Había pensado en algo especial para cada uno de quienes irían a visitarla.

Cada atardecer al llegar de la escuela su pequeño hijo, ella con su mirada le preguntaba en silencio:

‘’¿Eres feliz?, ¿Alguien te hizo daño?, ¿Tienes amigos?… –esas preguntas la atormentaban, cada día observándolo trataba de adivinar la respuesta.

El niño se sentaba a su lado a ayudarla en lo que podía: enhebrar las agujas, hacer ovillos con la lana sobrante y pegar los sobres de las tarjetas.

-Los estamos haciendo entre ambos -le decía,  pero él sabía que no era cierto, siempre era así, con ella lo tenia todo: En los días de lluvia esas sopaipillas pasadas en caramelo, en la noche al salir del baño la toalla cliente al lado de la estufa, las galletas recién horneadas al llegar del colegio…

La noche de Navidad, cenaron solos. No había dicha más grande que saber que la tenía sólo para él. Ella le contó un cuento de reyes y magos, hasta que finalmente él con una sonrisa se durmió.

Al día siguiente él despertó y apresurado bajo a buscar su regalo, había un lindo tren de madera con varios vagones al pie del árbol de navidad, ese de hojas de cartulina pintadas a mano que ambos habían confeccionado una a una.

No era un regalo de los hechos por ella, lo había comprado para él. Todo la mañana jugó con su trencito. Se hizo diminuto y abordó  el ferrocarril recorriendo cada rincón de la casa.

Por la tarde fueron llegando visitas y siempre antes de irse recibían el obsequio hecho por ella, esos que él y ella habían guardado en la cesta de Navidad. Eran recibidos con sorpresa y las visitas agradecían el esfuerzo y dedicación de esos regalos tan personales.

Cuando el último fue entregado el niño se puso a llorar.

-¿Qué pasa hijo?, ¿Qué te apena tanto?, pensé que el tren era lo que más querías -le dijo ansiosa mientras se preguntaba qué había hecho mal, pensó que quizá se había preocupado mucho de las visitas y lo había dejado sólo demasiado tiempo, era Navidad y la Navidad es de los niños…se sintió muy culpable.

-Si mamá, es muy lindo, pero no dejaste nada hecho para mi con tus propias manos.

Aliviada, ella lo miró con amor e hizo una pausa de unos segundos.

-Siempre puedo hacer cosas para ti y serán las más hermosas -le dijo mientras tomaba sus manitos.

-¿Y cómo sabes que serán más hermosas? -le respondió el niño aún sin consuelo.

-Hijo, lo sé porque tú fuiste hecho con mis propias manos.

El Camino No Se Puede Desandar

Ya no quedaba nada para mí en el pueblo, casi todo lo que me había pertenecido me había abandonado. Entre mis pertenencias, apenas tenía un montón de lágrimas que había retenido dentro de mi pecho, esas que por orgullo no dejé que me las arrancaran.

Todo lo conocido por mí, todo lo vivido llegaba hasta el borde del pueblo que terminaba en un acantilado. Desde ahí podía ver el mundo, un gran valle surcado por anchos ríos. Màs allá, lejos en el horizonte, arriba de las montañas, al entrecerrar los ojos se veía el brillo de ricas tierras inalcanzables.

En el borde del precipicio contemplaba esa tierra luminosa, imaginé las maravillas de un nuevo mundo, un nuevo comienzo, un lugar donde dejar mi equipaje de lágrimas. Sin nada que perder, sin nada que llevar, sin pensarlo empecé el descenso. No hubo despedida, nadie me llamó.

La ladera era empinada, quien ha bajado por rocas sabe de lo que estoy hablando. Mis pies buscaban puntos de apoyo a ciegas, mis brazos recibían arañazos cuando mis manos sudadas resbalaban en la roca ardiente. Sin agua ni comida, sólo la visión de las nuevas tierras en la lejanía me daba fuerzas para seguir.

La noche detuvo mi descenso, aferrado a la roca, con miedo a dormir y caer, me dediqué a contar cada lágrima que llevaba, algunas se habían perdido en el camino.

Al alba, recomencé mi tarea, mientras más descendía, más me adentraba en una bruma que fue escondiendo mi tierra soñada, esa que brillaba en el horizonte. Bajaba a ciegas, hasta que una abejorro se posó en mi hombro, sin decírmelo me lo dijo, me acercaba al valle y terminaba el descenso. Las piedras ahora cubiertas con musgo hacían más lento mi avance, varias veces resbalé, pero ansiaba llegar a las nuevas tierras con más fuerza que cualquiera de los golpes que me daba.

Con la lengua seca pegada al paladar, con mis brazos y piernas que apenas respondían, perdí el equilibrio y caí. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, era de noche, tenía medio cuerpo sumergido en un arroyo, pero bebí de esa agua casi con felicidad, por unos segundos olvidé el dolor. Lavé mis ropas y cuerpo en el agua fría y me tendí en la orilla a esperar el amanecer.

En la mañana no pude distinguir ningún camino, sólo arriba la posición del Sol me ayudaba a orientarme; el bosque que se iniciaba a unos metros delante de mí ya no me dejaba ver las montañas ni sus ricas tierras que anhelaba. Así al igual que como bajé, decidí que haría mi propio camino a través del bosque.

Apenas había dado unos pocos pasos cuando de la nada apareció una muchacha, llevaba una gran cesta bajo el brazo que balanceaba mientras saltaba entre las piedras del arroyo con seguridad. Se acercó a mí, pero no me detuve. Entonces ella caminó a mi lado con naturalidad, sin dejar de balancear su cesta.

-Buenos días, ¿A dónde vas?  -me preguntó, sin mirarme a los ojos, creo que para no intimidarme.

-Voy a dejar algo importante que llevo conmigo allá donde se ven las montañas altas –indique con mi mano, hacia donde creía que estaban.

-Debe ser algo muy importante para que lo lleves tan escondido –me contestó.

-No me gusta hablar de ello, pero voy por mi cuenta –dije orgulloso.

-No llevas equipaje, debe ser un mensaje, una historia, me gustan los relatos, ¿sabes contar cuentos? –ahora sí me miró y no pude seguir caminando. Sus ojos eran puros pero decididos, esperaban la respuesta, su mirada no me iba a soltar.

-Sí, pero tendría que saber tu nombre.

-Si eres bueno contando una historia me puedes dar el nombre que quieras –seguía observándome y abrazándome con su mirada.

-Entonces te llamarás Brisa y puedo contarte el cuento de la linda Brisa.

Le dije que estaba hambriento y de su cesta me ofreció pan y frutas. Nos sentamos a la orilla del bosque y entonces le conté sobre Brisa, la bella muchacha de ojos puros y de cabellos que jugaban con su rostro. Esa que caminaba balanceando su cesta, esa cuyos livianos pasos no dejaban huella sobre la hierba. Me dijo que le gustó y me dio un abrazo, apoyó su cuello contra el mío y su suave fragancia me embobó, sentí sus rápidos latidos como si fueran los de un pájaro pequeño. Apoyó su cabeza en mis piernas y sin dejar de mirarme me pidió que le contara otra historia.

Esta vez le hablé del Hombre Triste que no tenía nada porque lo perdió todo, que no tuvo la fuerza para reclamar lo que era suyo, que no quiso rogar por una oportunidad. Ese que una vez fue amado y no dejó de amar.

-Esa historia es muy triste –sus ojos con las lágrimas contenidas brillaban como un par de esmeraldas sumergidas -¿Qué sabes del amor?

-¿Del amor?

Le conté de una muchacha de ojos hermosos y de frágil caminar que es amada por el viento que la abraza suavemente. Qué es amada por quien es escuchado cuando ella aparta su cabello por detrás de sus orejas. De aquella que toma al Hombre Triste por el cuello para juntar sus labios.

Entonces Brisa, por primera vez cerró sus ojos y me besó.

Al atardecer, nos incorporamos y caminamos por el bosque. Ya no estaba cansado, mis pasos eran livianos como los de ella, sin darme cuenta íbamos de la mano. Hablaba de su gente y de su pueblo, de los árboles y del arroyo. Era todo lo que conocía. Nos detuvimos cerca de la villa.

-Ven conmigo –no sé si lo escuché, pero su mirada me lo decía.

-Tengo que llegar a las tierras que están más allá de las montañas, voy a dejar lo que llevo. Tengo que hacerlo.

-¿Volverás?

-Te recordaré en mi camino.

-Entonces ve, pero los caminos a veces no se pueden desandar –sus ojos temblaban y me besó por última vez.

A paso rápido, casi corriendo me alejé para no arrepentirme. No miré hacia atrás, porque sentía sus ojos aún a la distancia. Tenía que cumplir mi propósito, había algo más maravilloso en esas montañas.

Pasaban los días y las semanas, hasta que el tiempo ya no significó nada para mí. El bosque nunca me dejaba volver a ver mis montañas, pero el recuerdo de ellas y las estrellas me mantenían en una dirección que creía segura.

-¿Quién eres? –me dijo el ermitaño.

Me detuve, no había hablado con alguien en… no sé, mucho tiempo, demasiado. Y le conté mi cuento del Hombre Triste, esperé que se emocionara como Brisa, sin embargo, sólo agregó un leño más a la hoguera a modo de invitación para que me sentara a su lado.

Entonces me habló de un hombre que había sido triste, que le puso nombre a cada árbol y animal  del bosque, de aquel que reconocía cada estrella, que conversaba con el viento y que tomaba la niebla con las manos cuando era suficientemente espesa.

Me sentí muy humillado, su relato era maravilloso, y pensé que yo también podría hablar del alma de las cosas. Entonces le rogué que me acompañara en mi camino.

-Soy viejo, avanzaremos lento. Cuando creas que ya no me necesitas tendrás que seguir sólo –me dijo en voz baja.

Durante nuestro viaje le hablé de Brisa y del amor. Pero él me habló  del amor real, del que te eleva y te deja caer, de aquel que te rejuvenece y te desgarra. Ese amor que yo conocía con dolor, del amor que se transforma en odio y temor.

Mientras más aprendía del ermitaño, más me costaba recordar por qué quería  llegar a las montañas. El tiempo pasaba invisible, inadvertido. Llegamos a una laguna y nos detuvimos ahí.

-Ya no puedo seguir, no tengo nada más que entregarte –me miraba serio y supe que desde ese momento seguiría sólo.

-No quiero continuar, apenas recuerdo esas montañas, ya ni siquiera recuerdo lo que llevaba –eso último era la mayor verdad, hacía mucho que no quedaba nada en mi equipaje.

Entendí que no era yo quien lo había invitado, él me había esclavizado con cadenas de sabiduría. Ahora me liberaba.

-Ya no tienes que ir a las montañas, en tu viaje construiste tu propia tierra, ahí puedes caminar por donde quieras, porque todo te pertenece –me dijo con voz calma mientras se alejaba en la penumbra.

-Entonces quiero volver con Brisa, dime cómo puedo llegar.

-Los caminos no se pueden desandar –esa frase me apuñaló -ya te llevaste lo mejor de Brisa, ese amor será siempre amor. Es tu tesoro más grande y si lo quieres cuidar debes alejarte de él –ahora sí desapareció sin atender mis súplicas.

Pasé días esperando que volviera, aunque entendía más que nunca que los caminos no se pueden desandar.

-Estoy perdido, ¿Quién eres? –me preguntó el caminante. Estaba hambriento y desolado.

“¿Quién soy? -me pregunté también, porque ya no estaba seguro.

Miré mi reflejo en el lago, mi barba y mis cabellos eran blancos, mi rostro envejecido se parecía mucho al del ermitaño que conocí una vez.

Ahora Lo Sé

Hay un monstruo bajo mi cama. Ahora lo sé porque sus susurros llenan la oscuridad de mi habitación cada noche.

Cuando era niño, siempre temí a la oscuridad, aprendiendo a mantenerme a cincuenta centímetros del borde de mi cama, como si esa distancia fuera un santuario seguro. Nunca supe de dónde venía ese miedo, pero siempre estuvo ahí, latente.

Mi niñez transcurrió entre sombras de felicidad, con una facilidad natural para los estudios que me mantenía despreocupado del futuro. Pero cada noche, antes de trepar a la cama, el tormento comenzaba. Me convencí de que era solo cobardía, que mi imaginación era la culpable de las figuras que veía en la oscuridad.

Con los años, mi mundo se expandió a través de libros y relatos, y entre ellos, las historias de criaturas nocturnas, similares a la que intuía bajo mi cama, comenzaron a resonar con una verdad inquietante. El Coco, le dicen, un ser que se alimenta del miedo y la angustia.

Mientras más leía, más el terror se apoderaba de mí. Incluso la Biblia, a la que recurrí buscando consuelo, solo me ofrecía historias de demonios y tormento eterno. Mis intentos de hablar de esto con amigos solo terminaban en bromas vacías.

Ahora, escribo desde mi celular, escondido bajo las sábanas, con la esperanza de que la luz tenue de la pantalla no me delate. El silencio de la casa es absoluto, tan intenso que puedo oír cada latido de mi corazón, cada una de mis inhalaciones… y algo más. Un aliento acompasado, ajeno, que parece burlarse de mi miedo con cada exhalación casi sincronizada.

Un escalofrío me recorre, mis intentos por respirar irregularmente para despistarlo son en vano. El “casi” en su ritmo es intencional, alimentando mi terror con cada soplido desfasado. El olor a sudor frío inunda la habitación, y aunque quiero creer que es el mío, el pavor me dice lo contrario.

Pienso en la luz, a cuatro metros de distancia, pero la idea de encontrarme con lo que sea que está bajo mi cama me paraliza. Me siento atrapado en un juego perverso de espera, hasta que el miedo supera mi racionalidad.

“¿Hola?” logro susurrar, mi voz temblando en la oscuridad.

Y en respuesta, un susurro casi imperceptible, un hálito frío que no parece humano, me hace cuestionar si estoy realmente solo. En la penumbra, una voz que no es la mía, susurra:

“Nunca solo…”

La Invitación

Hay pequeños instantes en la vida que van torciendo nuestro camino, para bien o para mal, son sutiles curvas y pendientes, a veces sorpresivas bifurcaciones en las que tenemos que decidir cuál dejar atrás demasiado deprisa. Los instantes más sutiles, los más personales e inconfesables son quizá los que en el tiempo son los más radicales.

El Golpe Militar azotó a mi familia como un relámpago, fue sorpresivo y fulminante. Después como siempre, llegó el trueno, lo esperamos con temor, porque no importa dónde te escondas, sabes que  lo vas a sentir.

Mis padres se habían separado un par de años antes, yo era demasiado distraído para entender que en esa época el divorcio era algo poco común, de a poco noté que mi papá ya no alojaba en casa y sus visitas eran cada vez menos frecuentes. Pero para mí, pocos minutos con él eren suficientes. Era de carácter alegre y gran simpatía, me cantaba canciones y relataba historias divertidas que me hacían reír todo el día. Tampoco contaba con mi mamá para todas mis necesidades, a veces solo recibía un regaño sin saber qué es lo que había hecho mal, el divorcio había sido más difícil para ella. Ser inconsciente, tonto o soñador, como quieran llamarle, de alguna manera me protegió, pero a la vez hizo que mi niñez temprana fuera muy solitaria.

El Golpe fue duro como ya dije, muchos amigos de la familia huyeron, fueron exiliados o ejecutados; y otros por miedo o un nuevo odio se alejaron. Mi padre fue encarcelado y enviado a Pisagua. Por otra parte, mi mamá que ya tenía una nueva pareja -un pintor de renombre -estaba ocupada y preocupada de sus amigos. Hubo semanas, quizá meses que no veía a mi mamá, en los que mis hermanos y yo quedábamos a cargo de algunos tíos o de mi abuela. Yo para ese entonces tenía cinco años.

Vivíamos en Iquique y mi madre decidió seguir a su pareja a Concepción. Abandonaba el único lugar en el que me sentía seguro, mi casa grande y blanca; llena de luz, espacio y hermosos jardines. Dejaba atrás a Sonia, mi nana,  a quien quería más que a mi mamá. Tampoco volvería a ver a mi amigo y protector, Benjamín, el policía que cuidaba la casa vecina que pertenecía al Prefecto de Carabineros.

Después de varios días de viaje, llegamos a casa de mis tíos en Santiago, mi madre nos dejó ahí y siguió hacia el Sur. Yo no preguntaba nada, me dejaba llevar, nunca reclamé ni pregunté. Supongo que le hacía la vida fácil a todos, era obediente, aunque inquieto, nunca pedía ayuda para nada.

Hasta que un día llegó el trueno…, uno de mis tíos nos avisó que iríamos a ver a mi padre, había pasado un largo tiempo. Recuerdo que recorrimos gran parte de Santiago por al menos una hora, hasta que llegamos a una calle donde él nos esperaba en la vereda. Por fuera era mi papá, pero solo quedaba la cáscara de lo que había sido, tenía algo en su expresión que lo hacía totalmente diferente, su sonrisa encantadora lo había abandonado. Apenas me tocó el hombro al saludarme, mientras me hablaba sus ojos inquietos y asustados  estaban perdidos buscando algo. Se dedicó a conversar con mi tío y unos minutos después nos despedimos por última vez. No lo volvería a ver hasta en quince años más. Si lo hubiera sabido, si alguien me lo hubiera dicho, yo lo habría abrazado muy fuerte para retener su calor, su olor y sus palabras; con cinco años yo ya había aprendido a guardar mis recuerdos importantes, de verdad que lo habría logrado. Habría llorado para que mis lágrimas quedaran en su piel y se llevara algo mío. Pero no lo supe y no lo entendí hasta mucho tiempo después.

Al cabo de unos meses viajamos en tren a Concepción, donde nos esperaba mi mamá. El brutal cambio de paisaje del norte al sur fue la mejor bienvenida que pude tener, toda la selva que siempre soñé dentro de mi imaginación era real, la lluvia que solo conocí por televisión me recibió abundante, me paré por varios minutos bajo ella para sentirla, hasta que mi abuela me tomó de la oreja para que entrara a la casa.

Era una casona muy antigua, la había construido el padre del novio de mamá a pulso y se notaba. Grande, húmeda y oscura; pero como toda casa de un artista, estaba llena de magia y secretos. Cada objeto tenía una historia, una leyenda, que el tío Julio me contaba solo a mí. Es que llegamos a mitad del año escolar y quedé en un colegio en la jornada de la tarde y mis hermanos en la mañana. Siempre me he despertado temprano, así que todas las mañanas acompañaba a Julio en su taller. Era muy mayor y no era una persona cariñosa, pero sí muy simpático y lleno de historias que contar, había sido novio de Violeta Parra, fue amigo de Pablo Neruda y conocía personalmente a Indira Gandhi; y ya había dado la vuelta al mundo un par de veces, la gran cantidad de objetos curiosos que almacenaba eran prueba de ello.  Yo por mi parte, era muy respetuoso y lo escuchaba con atención, ya había sido advertido por mi madre que no lo molestara, así que siempre me acercaba tímidamente esperando que él me hablara primero.

Mi amistad con Julio duró menos que un suspiro, porque el trueno seguía sonando y retumbando. Julio tuvo que esconderse en un lugar secreto, una vieja casa en el campo donde hasta las ventanas estaban tapadas por tablas, solo pude ir a verlo una vez. Era buscado por los militares, también algunas de sus obras, los murales de los que la ciudad antes estuvo orgullosa, ahora eran motivo de verguenza y fueron destruidos. Nuevamente quedé solo y por mi horario escolar tampoco tenía a mis hermanos. Fueron largos meses de soledad a  los que después me acostumbré, empecé a tener conductas extrañas, solía esconderme incluso cuando no había gente alrededor, me gustaba ser invisible. Apenas aprendí, empecé a leer mucho, casi cualquier cosa, desde revistas de historietas, cuentos y hasta las novelas rosas de las revistas de bordado y tejido de mi abuelita, creo que era otra forma de ocultarme.

Finalmente Julio y mi mamá huyeron a Costa Rica y nos dijeron que nos vendrían a buscar, así que volvimos a Santiago con mi abuela. Durante casi un año no volví a ver a mi mamá, hasta que finalmente retornó y con ella llegó algo más, una sombra de dolor y derrota que la seguiría para siempre. Su relación con Julio había terminado, creo que ella no lo entendió así, pensó que cuando Julio pudiera regresar, volverían a estar juntos y lo esperó, de verdad que lo esperó. Era como vivir con una persona, pero que no está, solo que mi mamá de manera enfermiza quería que fuera de otra manera. Ella casi hacía como que Julio estaba en Chile,  quería que le dijéramos papá, pero yo ya tenía uno.

Al año siguiente entré al colegio que sería el definitivo, aunque habiendo estado menos de un año en todos los colegios anteriores no tenía como saberlo. Tenía siete años y entraba a tercero básico. Di una prueba de ingreso, era fácil y casi no le di importancia, había otro niño muy tímido a mi lado. Después de terminada la prueba nos hicieron ir a una sala donde estaba el resto del curso, en la puerta decía “3 B”.

-Hola soy Marcos, ¿Cómo te llamas? -me dijo en voz baja mientras caminábamos a la sala. Era tímido pero sus padres nos acompañaban a pocos metros y creo que eso le daba valor.

-Soy Flavio -le di la mano y pregunté -¿Por qué nos hicieron esa prueba solo a los dos? -realmente no sabía para qué era.

-No sé, era difícil no contesté mucho, pero la Señorita me dijo que no importaba, así que la entregué. -me contestó preocupado mientras miraba a sus papás.

Pensé que seríamos buenos amigos.

Entramos en silencio no nos presentaron a nuestros nuevos  compañeros y nos sentamos juntos adelante. Al cabo de unos minutos fueron a buscar a mi nuevo amigo y acompañado de sus papás lo llevaron al curso inferior, no dijeron nada, pero supuse que había dado una mala prueba. Mi primer impulso fue seguirlo, no conocía a nadie más, pero la profesora me puso una mano en el hombor para detenerme, mientras con su mirada me decia que no me atreviera a emitir sonido alguno. Perdí a mi único amigo, un amigo de apenas minutos, pero no sabía si tendría la oportunidad de tener otro. Además Marcos no habría tenido ningún problema en quedarse en el curso, pues se convirtió en el mejor alumno de su generación desde ese año hasta que terminó su etapa escolar.

Cuando se presentaron mis compañeros, fue como yo ya sabía que sería, lo había vivido muchas veces. En la primera media hora fui informado de quién era el matón del curso, aún más, supe por orden quien podía vencer al otro en una pelea y automáticamente deduje mi posición en esa escala alimenticia. Conocí a los mejores y los peores alumnos, al que corría más rápido, a los más hábiles para jugar a la pelota.  Y quienes eran los mejores amigos entre ellos.

Mi madre a pesar de ser médico ya había vendido su casa y todas nuestras pertenencias dos veces en pocos años a precios regalados. Estábamos totalmente quebrados, su año en Costa Rica había agotado todos nuestros ahorros y ahora empezábamos nuevamente. Por lo tanto, cuando entré al colegio no tenía el uniforme que correspondía, tampoco tenía un bolsón donde poner mis libros y cuadernos, entonces los llevaba en una bolsa de género e hice mi propio estuche de lápices con una caja de galletas metálica. Yo no tenía como saber que todo eso era barato, mis otros dos hermanos reclamaron y tenían de todo, pero yo vivía en otro mundo y nunca quería molestar, así que callé. Mi mamá vivía para su relación virtual con Julio, así que creo que nunca se habría dado cuenta si me faltaba algo a menos que yo se lo dijera.  De hecho no me gustaba que supiera que estaba enfermo, es que la veía tan triste. Tanto es así que cuando entré a la universidad me tomaron una radiografía de tórax y me mostraron unas calcificaciones que correspondían a una tuberculosis que debo haber tenido en mi infancia, mi madre médico, nunca lo supo.

Mi falta de “homogeneidad” con el curso, me aisló más aún. Además, a  los siete años era el único de los hombres que no sabía jugar fútbol, ni siquiera me sabía las reglas. Durante los primeros meses hice lo mejor que sabía hacer, ser invisible. No era brillante, pero afortunadamente, quizá por lo extraño de mi comportamiento, y por los conocimientos que absorbía de mis largas lecturas en soledad, tanto los profesores, así como algunos de mis compañeros creían que yo era muy inteligente. Eso último siempre me ayudó para que me respetaran, y  generalmente quienes sufrían algún tipo de bullying se acercaran a mí, pero no tanto como para hacer un lazo de amistad, es que yo no me sentía capaz, quizá inconscientemente no quería perder a alguien importante nuevamente. Incluso por momentos creía haber perdido a mi mamá, ella al igual como antes había pasado con mi papá,  se había convertido en otra persona.

Durante todo el año vi pasar las tarjetas de cumpleaños por mi lado, nunca había una con mi nombre, cuando fue el mío, le dije a mi mamá que no lo quería celebrar. No habría soportado la tristeza de mi madre si es que no llegaba nadie. Ahora sé que siempre el problema fui yo, mis hermanos hacían su vida normal, llenos de amigos e invitaciones.

-Flavio, te invito a mi cumpleaños –me dijo Yerko con un gran sonrisa. Vi su largo brazo extendido hacía mí que tenía en su mano un tesoro, una tarjeta de cumpleaños. –Es el sábado en mi casa.

Lo miré y no dije nada, tomé la tarjeta con cuidado, sin abrir el sobre y lo guardé en mi bolsillo. Me avergonzaba mostrar felicidad por la invitación, así que disimulé, pero en el recreo corrí más rápido y salté más lejos que nunca mientras jugábamos.

-Mamá, Yerko me invitó a su cumpleaños – le dije mostrando la tarjeta para que la leyera.

-¿El hijo de Marcela?, entonces el sábado en la mañana vamos a comprar el regalo, después te dejo ahí y te vienes con algún tío. Tú sabes que conozco a sus papás, debe ser muy amigo tuyo, es un niño estupendo. Sus padres son muy amables, quizá después lo puedes invitar a casa,  o mejor aún pueden ir juntos al cine. -Siempre era así, creaba un mundo que me abrumaba y al que yo sentía que no pertenecía, era como el invento de que Julio era mi papá.

No me preguntó cómo me sentía, si quería ir, ni quienes eran mis amigos. Pero yo ya sabía que mi nueva mamá no era de las que escuchan tu corazón de verdad,  su estetoscopio solo servía para sentir los latidos.

Elegí un tablero chino, de esos  que se daban vuelta y eran Dama por el otro lado. Pedí que lo envolvieran en un papel para niños grandes, Yerko era de los compañeros más maduros y como era alto me parecía de mayor edad aún.

Mi mamá me dejó en la esquina, estaba apurada, solo me indicó donde quedaba la casa, quizá no quería que la vieran en su auto viejo, en realidad no sé.

Afuera estaba Yerko con su mejor amigo, Rodrigo, jugando con una nave espacial a pilas, tenía luces y hacía ruiditos mientras se movía.

Apenas me vio, Yerko caminó hacia mí. Yo extendí mis brazos para hacer distancia con el regalo. Pero él lo tomó con una mano, lo dejó en el suelo y me dio un abrazo.

-Feliz cumpleaños –le dije, pero la felicidad era mía.

-Mira la nave que me regaló Rodrigo, se mueve sola -ahora por alguna razón me parecía mucho más luminosa.

Saludé a Rodrigo de abrazo también, pero esta vez yo lo busqué, y por media hora jugamos juntos los tres.

Después llegó el resto de los invitados, no me tuve que esconder, ya nunca más me sentí solo.

Al año siguiente mi mamá fue a especializarse a Santiago, nuevamente cambié  de colegio, pero ahora sabía que era solo por un año, o quizás, por primera vez me interesaba que fuera así.

Cuando volví al curso, ya en quinto básico y con nueve años, el primero en recibirme fue Yerko.

-Flavio, ¿te acuerdas cuando fuiste a mi cumpleaños? –me preguntó con su gran sonrisa de siempre.

-Sí me acuerdo –le contesté en voz baja, casi con vergüenza.

Me habría gustado decirle que me iba a acordar toda la vida y nuevamente darle un abrazo.

Ella

Se detuvo a mirar su reflejo en el lago, estaba satisfecha, era esbelta y poderosa, no necesitaba alas para ser libre. Sus hermanos habían sido domesticados, vivían seguros y acompañados,  pero ella había decido hace mucho tiempo que no sería de nadie.

La lluvia de verano había humedecido la hierba, ella lo agradeció, se lanzó por la pradera a toda velocidad, el olor a tierra húmeda la embriagaba, disfrutaba el sensual contacto de la maleza, su cabello y cola se agitaban como incendiando la planicie,  a veces las ramas y piedras la herían levemente y le gustaba, ¿acaso no hay placer más grande que sentir dolor cuando sabes que no puede dañarte? Por segundos no tocaba el suelo, sentía que casi podía volar.

Su galope terminó en la ladera de la loma desde donde yo la observaba, la bruma se había disipado y el sol del atardecer teñían el pastizal de color rojizo, la suave brisa hacia danzar la hierba asemejando llamas que lamían sus piernas. Dio vueltas en pequeños círculos como dudando sobre sus siguientes pasos, se alejó unos metros hacia el bosque donde se sentía más protegida, luego lentamente volvió, y después sólo esperó mientras los grillos cantaban anunciando el anochecer, durante una eternidad  se dedicó a sentir cada gota de rocio que humedecía su piel, hasta que un tenue rayo de luna se filtró entre las ramas haciéndolas brillar, más bella que nunca como vestida de un traje de perlas y diamantes emprendió el camino de vuelta. Le agradecí en silencio su distante compañía, temí no volverla a ver y me paré para llamarla, pero habría sido insultar su naturaleza salvaje. Me detuve con mi mano en alto en señal de despedida y sólo la seguí con la mirada hasta que la niebla la ocultó.

La Lección de Pintura

-Hey, ¿tienes un árbol cerca?, míralo bien -me dijo el anciano con voz cansada -¿Me puedes decir de qué color es?

Estaba apurado, para cortar tiempo de viaje había cruzado por el medio de la plaza del barrio y caminaba justo por detrás del viejo cuando me sorprendió con su pregunta. Calculé que tendría unos sesenta años, aunque también podrían haber sido más de cien, pero eso era casi imposible, en mi pueblo pasar de los sesenta era una proeza sólo alcanzable para los más acomodados. Estaba en malas condiciones, tenía puestas varias capas de ropa para soportar el frío, ninguna de ellas se veía entera y su silla de ruedas estaba gastada por el óxido y el uso de varios pasajeros anteriores.

-Es verde como todos los árboles -me apresuré en contestar. Lo miré con pena, no lo podía evitar, las cataratas habían plomizado sus ojos muchos años atrás. Seguro, sus cuidadores cansados de él,  lo habían dejado ahí para que tomara un poco de sol, sólo lo vendrían a buscar cuando “pudieran”.

-¿Estás seguro?, por favor… -insistió, casi como suplicando -¿Puedes verlo nuevamente?

-Claro está aquí junto a la banca. ¿Qué hay con con el árbol?

El anciano hizo una mueca de insatisfacción y trató de acomodarse en su silla de ruedas, pero las fuerzas le fallaron y quedó en una posición aún peor.

-Me dijiste que es verde, ¿estás seguro?, ¿No hay nada más?

-Bueno, obviamente el tronco es café -dije en forma distraída, esperando cambiar el tema, mientras lo ayudaba a apoyarse en la silla.

Suspiró y luego hizo una larga pausa para tomar aire. De alguna forma ahora era distinto, se veía más joven y fuerte, aunque sabía que era una ilusión.

-Busca dentro del árbol. ¿No es negra la sombra más oscura en el interior?

-Eehm… sí, creo que lo omití. Pero es algo obvio, el árbol es frondoso –agregué eso último para que no siguiéramos con esta conversación, me quería ir, pero al mismo tiempo sentía lástima por él, así que pensé que me daría las gracias y un adiós. Ya le había dedicado más tiempo que muchos y estaba orgulloso de mí.

-Y en el exterior de la copa, puede que el verde no sea tan intenso, ¿hay algo de amarillo?

-Sí, hay algunas hojas que se ven amarillas, se están secando por la falta de agua, también hay otras que son anaranjadas y en su punta café claro.

El viejo alzó su rostro como si viera el sol con una bella sonrisa, no sé específicamente qué la hacía bella, no había más de 5 dientes en su boca. Pero había una intensidad en su expresión que me retenía y me senté en el piso a un costado.

-¿Crees que si te pidiera buscar un color? ¿Lo encontrarías? –no esperó mi respuesta, sabía que me había atrapado y que no me iría de su lado –¿Ves algo azul? –casi me lo ordenó.

Miré el árbol y el azul estaba en todos lados, las sombras jugaban entre los rayos de luz, no había sólo un azul, ahora podía distinguir entre muchos de ellos, los tonos cambiaban suavemente con el vaivén de la brisa de otoño.

Mi silencio, le dijo mucho más de lo que podía expresar con palabras. El viejo me dio una suave palmada en el hombro en forma paternal, ahora era yo quien daba lástima, me sentía pequeño y avergonzado.

Desde ese momento mi árbol, ya nunca más sería sólo verde y café. Encontré la pasión del rojo, el calor del naranja, la sutileza del rosado, la nostalgia en el gris. Supe, a pesar de mi juventud, que yo tampoco sería el mismo.

También comprendí por qué el destino lo cegó tan tempranamente, no era un castigo, ¿Cómo se podía retener la belleza que sólo él había sido capaz de ver?, ¿De qué otra manera me habría podido enseñar esa lección de pintura?

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