Viernes muy tarde en la noche, aburrido busqué una película que me sacara del sopor en Netflix, pero después de quince minutos recorriendo el menú no me gustaba nada. Estaba en un estado de ánimo en el que hasta yo me caigo mal.
Partí a la cocina, es que en esos momentos me da por comer cosas dulces. La despensa estaba llena de galletas, tomé un paquete y busqué en el refrigerador algo que me sirviera para untarlas, algún pote de dulce de leche o mantequilla de maní.
A ver… media sandía, un melón, varios yougurts, jamón, queso, el estofado que sobró del almuerzo, media botella de cerveza Corona que está ahí hace al menos seis meses, verduras varias, …nada me sirve.
Sólo encontré un pote de mermelada vacío que raspé con ansiedad y apenas alcanzó para una galleta. De pronto recordé que tengo un tarro de leche condensada. Con eso en poco más de media hora en la olla a presión puedo hacer el mejor manjar.
Tomo el tarro, aplico el abridor de latas y …mierda! ¿Qué hice?, obviamente el tarro no debía abrirlo. Este maldito déficit atencional… Ahora tenía un tarro de leche condensada abierto que no sirve para hacer dulce de leche. Pero ya estaba decidido a “cocinar” algo, así cambié los planes y decidí intentar hacer unas calugas. De esas caseras que sueltan los dientes al masticarlas.
Recuerdo bien la receta, las hice muchas veces en mi infancia. Un tarro de leche condensada, dos tazas de azúcar y dos cucharadas de mantequilla. Se calienta el azúcar hasta que se derrita y después se agrega la leche lentamente mientras se revuelve. Cuando la mezcla es homogénea se echa la mantequilla se bate por unos minutos más y ya está lista. La masa se vierte en un recipiente enmantequillado. Finalmente se deja enfriar y después se corta en cuadritos.
La cocina se había impregnado con ese suave olor dulzón a azúcar quemada y leche cocida, así que cuando ya estuvieron listas me metí varias a la boca en forma desesperada. Un verdadero manjar y más encima hechas por mis propias manos.
El problema de estas calugas es que son duras y lo peor muy pegajosas, una verdadera amenaza para la dientes y muelas. Una de las pocas cosas de las que me siento orgulloso es de mi dentadura. Nunca necesité usar frenillos y mi primera caries la tuve pasado los treinta años.
Mientras masticaba mis calugas sentí unos grumos que al principio los atribuí a restos de azúcar aglomerados así que no les di mayor importancia. Los restos de calugas estaban distribuidos entre todos mis dientes, entonces fui a lavarme la boca y noté que un rebelde trozo de masticable estaba atorado entre dos de mis muelas. El cepillo no era suficiente para extraerlo, la encía me sangraba por el esfuerzo puesto en el cepillado, así que recurrí al hilo dental. Era muy atrás por lo que me costó mucho alcanzar el punto exacto, una vez posicionado empecé jalar el hilo en todas direcciones para soltar los restos atrapados. Para mi sorpresa al desprender esa masa pegajosa descubrí que me faltaba un pequeño trozo de diente, ahí donde antes había estado una tapadura ahora había un orificio.
Me vino una pequeña depresión, casi sentí que era una de esas señales casi imperceptibles de que la decadencia avanza sin retroceder jamás. La razón me dice que estoy exagerando pero en el lado derecho del cerebro eso de “la decadencia” me machaca sin piedad.
Al día siguiente me levanté temprano para ir al dentista, no sería fácil encontrar uno que atendiera un sábado por la mañana. Hay una clínica cerca de mi casa y llego primero que nadie. Espero que abranm la puerta y entro urgido.
-Señorita tengo una urgencia! -después que lo dije me sentí ridículo, es que soy ansioso.
-Buenos días -me lo dice con el tonito ese como para enseñarme buenos modales (saluda primero imbécil) – Deme su nombre por favor -exagera el por favor.
-Es que no pedí hora es una urgencia, anoche se me cayó una tapadura.
-¿Tiene dolor? -me pregunta calmada, pero sé que lo hace con ironía.
-No me duele, pero… -me doy cuenta que debí mentir.
Hace como que consulta algo en el computador, mira hacia atrás y luego me mira a los ojos.
-No podemos atenderlo, estamos full, ¿Quiere pedir hora para el lunes?
-No -le digo en forma seca y me voy enojado, no estoy dispuesto a humillarme.
-No va a encontrar un lugar bueno que lo atienda hoy, acá llegan muchos pacientes con trabajos mal hechos que después hay que arreglar -me advierte.
-No, le dije que es una urgencia, voy a buscar un lugar donde me atiendan. -la desafío y me marcho.
Busco con mi celular en internet algún lugar cerca, encuentro una clínica dental a dos kilómetros y llamo por teléfono, cada vez el Sr. Google se hace más mi mejor amigo.
-Aló, Clinica Dental ¨Mi Familia¨, ¿En qué puedo servirle? –me contestan desde el otro lado.
-Buenos días -ahora lo dije. -Tengo un problema, se me cayó una tapadura de una muela. No tengo hora, pero es una urgencia. ¿Podrán atenderme hoy?
-Sí, venga inmediatamente –me contestó tan rápido que sospeché, pero no quería pasar el fin de semana con el problema. –¿Sabe la dirección?
-Sí, la tengo en el celular.
En menos de diez minutos estaba allá, por fuera más parecía un taller mecánico de barrio, pero entré de todas maneras. La sala de espera era espaciosa y un televisor grande de 50 pulgadas colgaba de la pared, no tenían televisión por cable, porque la señal llegaba borrosa, aunque a nadie le importaba, no había ningún paciente aparte de mi. El recepcionista tenía el pelo a lo rastafari y sin mirarme, casi como si fuera un vidente me dice:
-Adelante lo estábamos esperando, es al fondo del pasillo –señala un lugar atrás desde donde una señora de delantal me hace señas.
-¿Pero no me va a hacer la ficha? –pregunté como para ganar tiempo mientras tomo la decisión de quedarme o arrancar.
-No es necesario –me dice con una sonrisa.
Caminé hacia la señora de delantal. El oscuro pasillo termina en un pequeño patio trasero donde hay un viejo mantel de plástico a cuadros y encima una Coca Cola a medio terminar. La oficina queda justo antes y entro. Una vez ahí me doy cuenta que la señora no es mi dentista, sino que un tipo de chalas y pelo largo que me dió la impresión que no se lo lavababa hace días.
-¿Helmano que le pasó? –me dice con acento centro americano.
En realidad no tengo nada contra centro américa, es más me habría gustado nacer allá, sólo que me es más difícil saber si los diplomas colgados en la pared son reales. Al menos la oficina se ve casi limpia aunque los equipos son viejos.
-Se me salió una tapadura acá –le indico ridículamente con m,i dedo dentro de la boca.
-Mmm, helmano, le voy a decil lo que vamo a hacel. Primero voy a limpial y desgastal, si queda el nervio expuesto ya seria otra cosa y otro costo –eso del costo repitió varias veces para asegurarse que le había entendido.
¨Este helmano me va a desgastal la muela hasta que se vea el nervio –pensé preocupado, ahora sí que quería arrancar. Pero esa idiotez de ser bien educado y dar siempre oportunidades me retuvo en el sillón.
Antes de empezar el trabajo de desgaste, la auxiliar me empezó a tomar los datos para hacer la ficha. Desde mi puesto podía ver la pantalla donde escribía. Me interrogó mecánicamente
-¿Nombre?, ¿Apellido?, ¿Cédula de Identidad?, ¿Fecha de nacimiento?, ¿Teléfono?, ¿Dirección?, etc.
Mientras tecleaba torpemente, lo que me daba tiempo para revisar lo que escribía en el sistema. Había unos campos que fue llenando sola, como el de sexo, donde las alternativas eran M o F, puso M de Male, el programa estaba en inglés. El campo siguiente lo distinguí muy claramente, decía: Species y las opciones eran: Dog, Cat, Horse, Rabbit, Other….!!!!; al menos puso Other.
-Señorita… ¿este sistema para que otra cosa lo ocupan?, vi que hay opciones para razas de animales –una pregunta que no tuvo respuesta, sólo se limitó a tapar la pantalla con el cuerpo.
-¿Me van a poner anestesia? –hice la pregunta pussy de rigor. Es que ya me parecía todo muy extraño.
-Tranquilo helmano ya va la anestesia –me contestó el dentista con una amplia sonrisa, lo que a esta altura de las circunstancias no me tranquilizaba para nada.
Después de la anestesia empezó el trabajo de ¨limpial y desgastal¨. Escuchaba el chillido agudo del taladro retumbar en mi cabeza, cada cierto tiempo paraba y exclamaba:
-No veo el nervio.
Seguía con furia y aplicaba un gancho con el que trataba de agarrar algo.
Después de varios minutos casi con desilusión me dice:
-No encontlé el nervio así que son sólo $25.000, le voy a aplicar una tapadura plovisolia y pide hola pala el jueves temprano.
Es martes y la muela sigue en su lugar. No sé si ir nuevamente a la clínica odonto veterinaria a terminar el trabajo. Quizá soy demasiado prejuicioso y total ¿A quién no le ha pasado?
PD: Hoy miércoles ya no tengo la tapadura provisoria, se cayó y el orificio en la muela es mucho más grande, voy a pedir hora en la clínica donde me enseñaron a saludar, aunque me da verguenza que me diga que me lo advirtió.
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