Allá quedaron mis vestigios,

no me los arrancaron los lobos a dentelladas,

sólo los dejé abandonados al atardecer,

sueños y recuerdos carcomidos,

ahora carroña para buitres y coyotes.


Los minutos que demoré en sacarla a bailar,

cuando me dijo que sí, me petrifiqué,

en ese baile apretado de cuello y entrepierna,

no supe como contestar cuando su cara se volteó hacia la mía.


Las pichangas del barrio y del recreo,

cuando la lealtad era parte de lo que jugábamos,

con fauls, goles y córners auto-sentenciados,

jurábamos por nuestras madres lo que cobrábamos.


También las ecuaciones de la señorita de Matemáticas,

que enredadas en sus medias oscuras se hacían inentendibles.

Las piernas blancas, morenas y negras de mis compañeras,

fetiches escolares con los que me apuñalaba.


Esos besos con sabor a cigarro mentolado

y todo lo demás que se pagaba con cuatro lucas.

Fui uno más que  soñó con rescatarla de ahí,

de una cárcel con paredes de humo y necesidad.


Aquel paseo bajo un ventarrón de otoño

Y ese abrazo que me dio por dentro de mi abrigo,

manos heladas por el viento y calientes por el deseo,

-Sujétame fuerte para no olvidar -me dijo.


Allá también quedaron los tragos que reí,

y los que me bebí demasiado rápido para recordar.

Y junto a ellos los pitos que temí,

porque si me los fumaba seguro que la besaba.


Fui mi pasado de sueños y recuerdos,

Pero ahora soy carne viva sin piel

con las vísceras al descubierto

a la espera de los buitres y coyotes.